REFLEXIÓN SOBRE EL MIEDO
PRE-ADOLESCENCIA
El miedo es una emoción que se
experimenta a lo largo de la vida, y, en un principio nos permite evitar situaciones
potencialmente peligrosas.
Las situaciones temidas van a ser distintas
según la edad. En la adolescencia, o mejor dicho, entre los 12 y 18 años los
miedos van a estar relacionados con las relaciones interpersonales y la
autoestima. Estos miedos pueden ser descritos como algo normal asociado a la
edad o pueden cronificarse y convertirse en algo clínico.
En esta etapa en la que el juicio de
los demás domina tus días a la vez que tu cuerpo va dando cambios y más cambios
que no puedes controlar, aparecen los temores, la sensación de impotencia, la inseguridad, los sueños, etc. y
todo ello con las emociones a flor de piel. Y lo más importante: vives bajo el
mandato de tus hormonas, quieras o no.
Existen dos tipos de adolescentes, los
que se retraen o los que se comen el mundo y son vistos como ”guay” por sus
iguales ; pero todos están escondiendo sus miedos e inseguridades, porque en
esta etapa todos las experimentan.
En ocasiones parece que los adultos no
entiendan dichas inseguridades o no las detecten. Es bastante normal sentirlas
en esta etapa, puesto que es un momento de la vida en que te sientes como en el
limbo, no sabes dónde situarte y no sabes qué
hacer en ciertas situaciones, cómo comportarte.
Además, los adultos, lejos de ayudar, contribuyen a nuestra confusión: en unas
ocasiones te dicen que todavía eres un niño… en
otras ya tienes edad suficiente para ser responsable de tus actos… ¡Por favor explíquenmelo! Ah! Y que alguien le
diga a mis hormonas que paren!
En cierto modo ya no eres un niño
pequeño, pero claro…tampoco un adulto. Deseas
tener todo lo que sabes que te espera en la adultez, pero YA, de inmediato,
sin demora. Y te sobran ciertas cosas que los demás creen necesarias para ti en
este momento.
Este es el momento en que nuestros
padres se convierten en la Guardia Civil
digamos… Sólo se dirigen a nosotros para controlarnos e interrogarnos. Siendo
lo más importante para ellos, las notas… Todo se mueve alrededor de las notas y
del colegio. Entonces es cuando te sientes en cierto modo rechazado por tu
familia y buscas el apoyo de los amigos.
La búsqueda de ese grupo de amigos con el que
te sientas aceptado, se convierte en otro proceso de cambio, porque quieres ser como ellos. Adaptas tu forma
de vestir, tus hábitos de vida, tus gustos, la forma de hablar, etc. Hasta que
sin darte cuenta te estás comportando como alguien que no eres y esto hace
crecer en ti un malestar interior que no puedes compartir con tu familia porque
ya has asumido anteriormente que no te aceptan.
Esta situación favorece la inseguridad
y la sensación de soledad, que se agudiza cuando surge algún conflicto en el
grupo de amigos, y de repente, por alguna cuestión, arremeten contra ti. Este
malestar se refleja en las notas, en la apatía cuando estamos con gente, en que
no queremos hacer nada de lo que anteriormente hacíamos, etc.
¿Qué hacen tus padres para “ayudarte”?
Castigarte por tus malas notas. Sus consejos son que te esfuerces, que tendrás
tu recompensa. Lo haces, y al mismo
tiempo ves que el compañero de al lado, sin estudiar y solamente copiando, saca
la máxima nota. Otro comentario idóneo por
parte de los profesores en el colegio es que te ponen las cosas difíciles para
que aprendas para la vida, porque fuera te espera una vida llena de
complicaciones (gracias, ahora sólo quiero quedarme para siempre en el colegio.)
Vamos, que el colegio se convierte en
el centro del mundo.
“Me encanta escribir, crear, tocar el
piano, dibujar… a mi parecer hago esto
bastante bien, mejor que los de mi edad diría yo… pero… ¿quién lo valora?
Siento que mis padres no lo valoran. Los defraudo porque en el colegio mis
notas son malas y aun encima pierdo el
tiempo con estas cosas”.
El fracaso percibido por el niño es
como una bola de nieve que cada vez se hace más y más grande a cada comentario
y a cada resultado académico que aparece.
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Como padres,
Cuando detectamos los primeros cambios
en nuestros hijos, primero tenemos que aceptar la etapa del desarrollo en la
que están, con todas sus consecuencias. Seremos su apoyo y su guía, pero nunca
su impositor. Esto favorecerá la relación y podremos ayudarle a ganar
autoestima y conseguir sus metas (no las nuestras).
En segundo lugar, el resultado
académico de nuestros hijos es importante porque creemos que de él dependerá su
futuro, y así es, pero hay muchos otros factores que garantizan el éxito en la
vida, como la autoestima, las habilidades sociales u otras habilidades en las que destaca una persona
respecto al resto de iguales. Por lo tanto, gastemos un poco de nuestro tiempo
en pararnos a analizar a nuestr@ hij@ y ver qué necesidades tiene y en qué destaca.
En base a esto, lo vamos a educar y redirigir lo mejor posible.
Si estos cambios o dificultades nos
sobrepasan o creemos que podría existir un problema de carácter clínico; si
necesitamos que alguien nos dirija en cuanto a estas pautas con nuestros hijos;
o si el chico en cuestión presenta otro tipo de inquietudes que no sabe
comunicarnos; en cualquiera de estas situaciones, acudiremos a un profesional
para que nos oriente.
Leticia Barciela
Psicóloga
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